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miércoles, 7 de diciembre de 2016



Beata hechicera
Por Celina Pérez Melero

Sorpresa y emoción sentí en cada página con la lectura de "Beata hechicera", la sorpresa de ver historias que mezclan lo cotidiano y lo mítico, pero con personajes que, con permiso del gran, insuperable mago de la literatura, no se apellidan Buendía, ni Iguarán, ni Babilonia y que transcurren en parajes que no llevan nombre de Macando, o La Guajira o Guacamayal.
Emoción de ver que esos personajes se apellidan Rugarcía, Noriega, Mier... y que hincan sus raíces en pueblos como Cuñaba, Abándames, Alles y sus sueños de aventura en lugares como Santo Domingo Atlapaleca... igual que mis antepasados, que nuestros antepasados. 

La novela es compleja, ambiciosa, toca las fibras más profundas con las que está tejida nuestra historia y mezcla la realidad y la magia, la religión y la brujería, con tanta habilidad que llega a confundirnos. Y luego el lenguaje, esa prosa sin desmayo, esa mezcla del lenguaje mexicano, que por lecturas y por conversaciones no nos es extraño, con nuestro lenguaje, que nos emociona verlo convertido en literatura de la buena.

Por esta novela pululan los personajes de nuestra historia que seguramente alguna vez hemos tratado de imaginar; aquí se hacen carne, se ponen en movimiento los inquisidores, los religiosos con nombres como Fray Servando Teresa de Mier, los reales y los imaginarios, como esas brujas que mis tías las Meleras me contaban que se reunían en la Peña para después volar a Cerenuela, ¡qué distintas en mi imaginación de la Simona de Eugenia! Y los lugares que conocemos, como la cueva de las Brujas, San Pedro de Plecín o el palacio de Socuetu, al que tuve la suerte de acceder desde niña por mi amistad con Begoña y ahora gracias a Sole y a Rudy. 

Por no desvelar los entresijos de la novela, solo diré que merece la pena conocer a Casiana, a La Lobera, Briselda, Catalina, Sagrario, Iyana y Simona, esas mujeres de "piel de invierno y melenas de rojizo otoño", ese linaje de brujas, perseguidas por el Santo Oficio y por la ignorancia, de las que habrá nuevas generaciones, que ojalá no nazcan con el rabo de cerdo, para que tengan una segunda oportunidad sobre la tierra. ¿Debemos preocuparnos, Eugenia?

Y por si alguien que aún no se anima a leer la novela, tenéis que saber que en sus vericuetos se revela un secreto que la historia nos ha ocultado hasta ahora... ¡Ay! si don Gregorio hubiera tenido la oportunidad de leer "Beata hechicera", habría brindado por Eugenia, porque lo que con tanto tiempo de dedicación a archivos y papelotes no fue capaz de descubrir, lo ha desvelado la desbordante imaginación de una hechicera de historias; el por qué no se sabe apenas nada de la biografía del inquisidor don Juan de Mier y Villar.

Gracias, Eugenia, no debemos preocuparnos, porque tienes muchos más secretos qué desvelar...

lunes, 23 de mayo de 2016



Comenta: Dr. Roberto Martínez Garcilazo

“De inmediato las nubes se desparramaron sobre la hierba, y la luna bañó alas danzantes con polvo líquido y translúcido. El cosquilleo del sonido provocó risas escandalosas, cantos y lágrimas tan dulces como la miel. Las mujeres y los hombres formaron un corrillo y las niñas otro. Las pequeñas comenzaron a volar convertidas en libélulas multicolores. De entre las sombras de la encina surgió un arcoíris en forma de espiral, envolviendo a las mujeres y haciéndolas invisibles a los ojos de algunos curiosos que observaban  desde los restos del castillo, en el picu Las Torres. El cuerpo de Briselda se expandía hasta el otro lado de la montaña para tocar con la yema de sus dedos la espuma del mar; luego, se hacía tan pequeña que podía montarse sobre un murciélago y sobrevolar las casonas de todo el valle. Se asomaba por los balcones con la esperanza de encontrar a su hermano brujo y a la lobera. Desparramaba polvos amarillos sobre los enamorados y cenizas de carbón en los miembros de los infieles. Los pétalos de Genoveva se fundían entre las virtudes de un vigoroso rubio, el delicioso y nuevo sabor  la bañaba  de pies a cabeza estremeciendo cada lugar secreto de su cuerpo. Con la punta de su lengua saboreaba la piel de las manzanas, de los repollos y los tomates. Se acariciaba con un ramo de ortigas y se hacía una corona con plumas de perdiz. Flotaba y, al mismo tiempo, se anclaba al corazón de la tierra. Las ancianas se transformaban en mozas de piel fresca y firmes carnes. A medida que la luna caminaba, las mujeres se evaporaban y volvían a materializarse una y otra vez. Los gritos extasiados se fundían con el canto de los grillos, con el aleteo del viento y el silencio de los muertos. Aquellos que miraban desde la torre de Alevia sólo vieron a hombres y mujeres danzando  sin vergüenza al son del tamboril y las flautas. Quienes lo hacían desde el picu Las Torres fueron alcanzados por la niebla. Las costumbres de otros tiempos cobraban vida y al menos durante unas horas las mujeres se quitaban de encima el yugo opresor de las creencias y costumbres impuestas por la Regla de san Benito. 
(A continuación presento el primer párrafo de la Regla: “Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te habías alejado por tu indolente desobediencia. A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo, el Señor). 
La humedad que antecede a la aurora les sorprendió revolcándose desnudos sobre el prado y rompiendo el encanto les volvió a su forma original. Poco a poco, unos a otros se descubrieron pecadores. Con los brazos se cubrieron los pechos y el sexo. Buscaron sus ropas y sin decir palabra cada mujer y cada hombre regresó por el camino que había llegado. Se reunirían de nuevo en el próximo solsticio de verano, en la Noche de san Juan, si la Fortuna les sonríe.” (Páginas 35 y 36.
El paganismo es la religión vencida por el monoteísmo patriarcal institucional que gobierna el mundo. El cristianismo institucional es el sustrato ideológico de la vida simbólica de occidente. El paganismo es la recuperación de la visión analógica del mundo: equilibrio, correspondencia, dualidad, inteligibilidad.
Vivimos dentro de la bóveda estelar y actuamos como si únicamente viviéramos en la ciudad. Hemos renunciado al milagro, al evento extraordinario, a la belleza desmesurada, a la súbita curación de las enfermedades y nos hemos resignado a únicamente poseer ridículos documentos oficiales de identidad personal: ahora únicamente somos un número del ine.
El Santo Oficio, del que prolijamente habla esta novela, prefiguró las estructuras totalitarias  políticas y administrativas que hoy imperan. La fecundidad cósmica ha dejado de ser motivo de reflexión y culto; el capitalismo monoteísta la ha mutado en "productividad" y "pornografía'.
En la novela Beata hechicera de María Eugenia Bear Sanz la genealogía en camino de búsqueda interior, en camino de legibilidad de la vida: Cassiana, la Lobera, Briselda, Catalina, Iyana de María, Simona.
La novela es un mecanismo astronómico, un libro que gira reflejando el movimiento de las estaciones. La novela es un tributo a la idea antigua del todo como entidad sapiente que infunde las palabras del sentido en la creatura: del tao a la ciencia infusa de los místicos españoles llega a Janne Teller quien lo formula en el pórtico de la novela, de esta manera: “cuando escribo, todo encaja, siempre lo sé porque yo no soy yo, sino una parte del todo, y es el todo el que dicta las palabras”.  
La novela de María Eugenia contiene una crítica radical a la civilización occidental que—necesariamente—cuestiona nuestros actos y pensamientos cotidianos. La novela  desliza en nuestro entendimiento, de manera discreta pero efectiva, las preguntas cardinales: ¿En verdad ha pasado el tiempo de la Diosa Tierra y el Dios Astado? ¿Podremos ver más allá del mundo (128)?
¿Podremos vivir la vida verdadera (143)? ¿Nos atreveremos a cumplir nuestro destino (246)?  O ¿únicamente  somos estos seres políticamente correctos? 
* Texto leído en la presentación del libro realizada en la XXIX Feria Nacional del Libro de la BUAP y en la presentación en el Parque España 2.